“A veces recordamos con más fuerza precisamente aquello que nunca dijimos”

 

Entusiasmados por contar mil cosas en cada disco, siempre hemos escrito más música de la que luego termina por escucharse en cada álbum.

Por perfeccionismo y una prudente timidez, nos hemos resistido siempre a creer que todo lo que grabamos merece realmente la pena como para aburriros con un cedé doble cada vez que saquemos un disco nuevo. Sin embargo esta vez, por aquello de que ya hace diez años (¡diez!) que La Oreja de Van Gogh existe, nos han convencido para incluir excepcionalmente este, en fin, acto de nudismo para que, si os apetece, comprendáis cómo son aquellas canciones que nunca terminaron por ocurrir fuera de la intimidad de nosotros cinco.

 

Aquella ingrata, Árbol y Escalera a la luna, compartían con Dos Cristales la primera maqueta decente con la que en el verano de 1997 ganamos el Concurso Pop Rock Ciudad de San Sebastián. Aquel año no vimos la playa pero a cambio vivimos uno de los momentos más emocionantes de nuestras vidas. La ingenuidad que destilan estas grabaciones no deja de recordarnos cómo una vibrante y energética Jennifer Ces consiguió dar la vuelta a Epic, un importante sello discográfico de Sony, que escuchaba temas demasiado largos de un grupo demasiado inexperto con un aspecto demasiado poco fotogénico. En mayo de 1998 apareció un grupo donostiarra de nombre imposible con su primer disco “Dile al Sol” bajo el brazo, mientras aprendíamos sobre la marcha y con cara de terror qué era una rueda de prensa o un videoclip (decisiones de última hora dejaron fuera del disco un par de canciones, entre ellas Déjate llevar, ya grabada en el estudio de Alejo Stivel). Apenas contábamos con veinte años.

Un par de años después, ya aún sin comprender lo que implicaba vender cerca de un millón de copias de las canciones que compusimos en los ratos en los que no estábamos en la universidad, ya necesitábamos escribir más canciones para un nuevo disco. El fantasma del éxito efímero lideraba la lista de miedos de la discográfica y nosotros, la verdad, nos sentíamos bastante indolentes al respecto. Al fin y al cabo, jamás pensamos llegar tan lejos así que si el público se cansaba de nosotros seguiríamos con el grupo a nuestro amor: tocando para nuestros amigos, con un puñado de anécdotas maravillosas y con el dinero suficiente como para que la pobre Amaia no tuviera que cantar compartiendo con Pablo un ampli de guitarra.

Así las cosas, repetimos la fórmula del primer disco: hacíamos esencialmente lo que nos daba la gana en nuestro local de estudio de Iñaki De Lucas. Aunque por el camino se nos cayeron Nube y Despacio, de allí partimos directo hacia Du Manoir con Nigel Walger como productor para que en septiembre de 2000 saliera definitivamente a la luz “El Viaje de Copperpot”, nuestro segundo disco.

 

Atónitos, comprobamos que, como decían nuestros amigos, parecíamos un grupo de los de verdad. Las ventas del segundo disco superaron incluso las del primero y nuestras canciones empezaron a sonar por otros países. Una cantidad vertiginosa de experiencias a ambos lados del océano nos cargó de la emoción necesaria para querer seguir superarnos arrinconando cada vez más las inseguridades propias que quien flota en un mundo en el que nos sentíamos (y aún nos sentimos) de prestado. De esta manera y sin que nadie dudara de que Du Manoir y Nigel Walger fueran los requisitos mínimos necesarios para emprender otro nuevo disco, comenzamos a escribir y a grabar las maquetas del futuro “Lo que te conté mientras te hacías la dormida”. Coronel y La paz de tus ojos son muestras de que con las suficientes ganas y un simple PC se pueden plasmar ideas en una grabación con bastante fidelidad. Creemos que ambas canciones, tal y como las podéis escuchar aquí, guardan su interés. La paz de tus ojos porque, como sabréis, terminó por ser rotundamente distinta después de darle mil vueltas a última hora en el estudio y Coronel porque sencillamente no se editó por problemas de enfoque: nos fuimos tan lejos a buscar la esencia de la canción que nos perdimos. Tanto, que para cuando conseguimos volver, ya era la hora de entregar el master en la fábrica que Sony tiene en Austria, donde se fabricarían las copias de nuestro tercer disco allá por la primavera de 2003.

 

Dos años después, tras revisitar decenas de países e incluso acumulando el tiempo suficiente como para hacer amigos por el mundo, nos dedicamos de pleno a componer temas para Guapa siguiendo, como desde el principio, el mismo método en nuestro ya mítico local mugriento. Con una disciplina marcial estipulamos quedar a las 9 de la mañana todos los días para empezar a ensayar. Fue sin embargo, con una puesta en práctica más bien bananera, que apenas conseguimos empezar alguna jornada antes de las 10. Acercándonos demasiado a la treintena y con tantas experiencias en nuestra memoria reciente, por primera vez comenzamos a darnos cuenta de la responsabilidad que pesaba sobre nosotros cada vez que decidíamos preparar un disco nuevo. Así las cosas, y tras algunos momentos donde las neurosis amenazaban con estancar la marcha normal de las cosas, creemos haber conseguido encontrar juntos el preciso camino entre la innovación y la identidad del grupo. El resultado es que tantos años después hemos seguido grabando, en casa y entre risas, las maquetas según nuestra propia manera de entender y hacer música. En mi lado del sofá, Nuestro mundo, Canción desesperada y Amores dormidos quedaron fuera del disco, aunque ésta última puede que os suene ya que Edurne nos halagó haciéndola sonar por todos lados. Cuántos cuentos cuento y V.O.S. sí que aparecen en Guapa, pero estas son las primeras versiones, antes de que nos diera por jugar con ellas en el estudio.

 

Esta pequeña colección de recuerdos representa un trocito de nuestro tesoro privado. Cada acorde y cada frase de las letras nos sitúan de golpe en aquella época en la que fueron grabados. Somos incapaces de escuchar este disco sin interrumpirnos y atropellarnos los unos a los otros recordando anécdotas, personajes, gamberradas, amigos y amores de cada época.

Resulta reconfortante que, aún a día de hoy, surjan situaciones en las que los cinco echamos a reír mirándonos cómplices. Y al menos durante un instante, en lo más profundo de cada uno de nosotros, continúa reluciendo la misma amistad que en torno a la música y hace ya muchísimo tiempo nació para quedarse.

 

Amaia, Pablo, Álvaro, Haritz y Xabi

LA OREJA DE VAN GOGH